Tóxica.

Había gente que era así, que parecía puesta en el mundo por el mismo demonio con el único objeto de hacer del paraíso infierno.

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Respiró hondo mientras removía su café caliente, más como un hábito que por la necesidad de asegurar la mezcla de la estevia líquida que había utilizado para endulzarlo sólo lo justo; había logrado hilvanar 8 horas de sueño placentero y reparador, la mente despejada, junto al sol que se colaba por las rendijas de la ventana, lograban que volara sobre los ratos absurdos de la semana y recuperaba con ello el equilibrio habitual en el que vivía por dentro.

La cuestión era sencilla, el mundo era diverso y era precisamente eso lo que lo hacía emocionante y divertido pero también tenía su lado oscuro y no era necesario esperar a la noche ni a la santa compaña* para encontrarlo, el lado oscuro de la fuerza, como en la Guerra de las Galaxias, lo tejían las personas que, ya fuera porque volcaban sobre su entorno sus insatisfacciones personales o simplemente porque, no viendo más allá de lo que tenían frente a su nariz, negaban alternativa alguna a su verdad; también estaban los malos, la maldad sin matiz ni explicación, la malicia como forma de ser y de vivir… pero en eso prefería no pensar ni creer, la consideraba sólo una anomalía del sistema humano y, afortunadamente, muy esporádica, tanto que rara vez se la cruzaba uno en la vida; la mayor parte de las veces no era la maldad la que guíaba las actitudes humanas, era la inseguridad, el miedo, el complejo, la insatisfacción, la rabía, el agotamiento de la paciencia y de las fuerzas… y, en los casos más graves, la envidia, los celos y otros sentimientos de ese porte.

Sabía que nadie estaba libre de caer en manos del lado oscuro de la vida y verse unido al ejército de gentes grises, gentes tóxicas, nadie estaba tocado por varita divina alguna que lo librara de cometer actos oscuros, la diferencia era tan pequeña como la que va del error al horror, un par de letras, una de las cuales ni tan siquiera se nota; del error se aprende, del horror resulta difícil desprenderse.

Su taza estaba ya vacía y se sirvió un poco más de café; uno no sólo en sí mismo sino más allá de sí y lo que sucede de tu cuerpo hacia fuera matiza para bien o para mal lo que sientes y lo que eres por dentro y por eso hasta la mejor de las personas podía verse un día comandando un batallón del ejército tóxico, porque había gente que parecía puesta en el mundo para sacar lo peor de los otros, gentes que no pudiendo pintarse de colores, viviendo en el horror sin saber el cómo ni el por qué de los errores que los llevaran al horror, no pensaban en mejorar su arcoíris sino en empeorar el del entorno para mimetizarse con él y sentirse así más felices, falsamente felices.

Allá cada cual con sus errores y sus horrores… pero lo peor de uno, eso, conviene asumirlo como error propio y archivarlo, conocerlo y vigilarlo porque con el error se vive, de él se aprende, en el horror en cambio, sólo se sobrevive, se malvive y hasta se muere.

Escribió la anotación en su libreta como solía hacer siempre que una reflexión delineaba un poco más su modo de ver el mundo, y se calzó sus zapatillas para salir a caminar la vida.

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santa compaña*: en la mitología popular gallega, procesión de ánimas (almas), aparecidos (como fantasmas) que recorre los caminos de los montes pasadas las 12 de la noche…

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